Category: Fragmentos

LA BLUSA ROJA EN EL RIO AMARILLO

 

 

 

 

 

 

 

 

…¿Es ella? El mismo pelo largo y lacio flota en la superficie del agua. La misma blusa. No trae zapatos. Seguramente los perdió río arriba. Igual de alta, sus brazos se extienden en medio de desperdicios como un gancho. Se encuentra boca abajo, su cuerpo, al vaivén de las olas…

 

JUICIO FINAL

 

…Dos días antes de la demolición, tres hombres del distrito vinieron a inspeccionar la casa del patio. La señora Zhang, desconfiada como buena administradora, los seguía de cerca. Antes de irse, los hombres le advirtieron que las excavadoras llegarían a las ocho de la mañana con orden de demoler con o sin gente adentro….

Travesía nocturna

…Luego de cruzar la amplia avenida Dongzhimen, me deslizo por el carril de bicis hacia las torres hermanas del Tambor y la Campana en el casco viejo. Me gusta pensar que la Calle de Fantasmas se llama así por los duendes que sobrevuelan y no porque los restaurantes cierran a la medianoche para servir los mejores cangrejos enteros bañados en salsa picante…

Después del Tsunami

Noriyoshi abre la puerta del parqueadero de la estación de policía, un espacio rectangular bañado por el sol de la primavera. En vez de carros patrulleros, el sitio está colmado de cajas fuertes, unas encima de otras, la mayoría rayadas, embarradas y golpeadas, con las puertas torcidas o medio abiertas, como si alguien las hubiera botado desde un barranco.

DOS MUJERES Y UN CABALLO

 

…A Takhi le encantaba cuando le acariciaba sus largas crines que le llegaban hasta el cuello. Aprendí a cabalgar antes de empezar a caminar y solía galopar por el altiplano, a rienda suelta y sin silla, el viento azotando mi rostro, sin destino fijo. De baja estatura como todos los caballos mongoles, piernas cortas y robustas y una cabeza grande en proporción, salvaje en su elemento, Takhi y yo volábamos. Regresaba al ger sudorosa, las mejillas rojas, con tremenda hambre y una sonrisa de oreja a oreja. «El jinete mongol tiene dos corazones», decía alguien. «Uno es el suyo; el otro, el del caballo». Así era yo…