DOS MUJERES Y UN CABALLO

 

…A Takhi le encantaba cuando le acariciaba sus largas crines que le llegaban hasta el cuello. Aprendí a cabalgar antes de empezar a caminar y solía galopar por el altiplano, a rienda suelta y sin silla, el viento azotando mi rostro, sin destino fijo. De baja estatura como todos los caballos mongoles, piernas cortas y robustas y una cabeza grande en proporción, salvaje en su elemento, Takhi y yo volábamos. Regresaba al ger sudorosa, las mejillas rojas, con tremenda hambre y una sonrisa de oreja a oreja. «El jinete mongol tiene dos corazones», decía alguien. «Uno es el suyo; el otro, el del caballo». Así era yo…