Después del Tsunami

Noriyoshi abre la puerta del parqueadero de la estación de policía, un espacio rectangular bañado por el sol de la primavera. En vez de carros patrulleros, el sitio está colmado de cajas fuertes, unas encima de otras, la mayoría rayadas, embarradas y golpeadas, con las puertas torcidas o medio abiertas, como si alguien las hubiera botado desde un barranco.